Hace días que dudo escribir esta entrada.
Y la duda nace de ser tan pública en algo tan íntimo como es todo este proceso
de crianza de mis hijos. Pero creo que escribir me ayuda a poner todo en
perspectiva y a organizar lo que estoy pensando y sintiendo. Y escribir para un público me hace ser más exacta en buscar la expresión de mis sentimientos y mis pensamientos (así no le parezca al lector). Y sobre todo el saber que estoy publicando me ayuda también a ser más disciplinada en registrar estas ideas y estas reflexiones y dejarlas plasmadas en un lugar a donde puedo volver cuando quiera para revisar y construir sobre lo anterior. A veces me siento en mora con el lector que está esperando la publicación (así ese lector no exista) y ese es un motor para escribir. Y lo que es un hecho: escribir me ayuda. Me evito el psicólogo y el otorrinolaringólogo porque no se me quedan las cosas atoradas en la garganta por falta de expresión. Y antes de que este párrafo se convierta en una excusa para la mediocridad, empiezo a relatar lo que viene pasando en las últimas semanas.
Esta última semana que fue Semana Santa
del 2016 fue muy especial.
Desde hace unas tres semanas estaba muy
preocupada porque Bhai había vuelto a tener actitudes y comportamientos que
pensamos que ya se habían extinguido. Volverlo a ver indispuesto sin razón
aparente y no tener herramientas para ayudarle a encontrar la calma otra vez es
algo muy duro y triste para mi. También en sus comportamientos estaba viendo
cada vez más su naturaleza repetitiva que tiene a volver a hacer algo que ha
hecho en el pasado sin importar si es bueno para el o no. Solo por el hecho de
repetir lo conocido. Yo estaba muy agobiada tratando de descifrar de qué manera
anticipar la crisis y asi prevenirla. Y si bien lo logré en varios casos había
otros en los que se me salía de la mano preverla y más aun prevenirla. Y
terminábamos en una situación de frustración mutua: El por no poder expresar su
verdadera necesidad y yo por no haber sido capaz de verla venir ni de
prevenirla. Todo esto estaba apareado con una inconformidad a nivel sensorial. Bhai se sentía raro en su cuerpo y aunque me lo estaba diciendo, lo cual es ya un gran avance, no estábamos pudiendo solucionarlo. Ensayé hacerle masajes, meterlo más tiempo a la piscina, untarle cremas y aceites y texturas distintas para satisfacer su hiposensibilidad y calmarlo con un abrazo para satisfacer su hipersensibilidad. Y seguía manifestándome que le dolía la cabeza, que veía borroso, que sentía que la ropa le quemaba, que sentía mucho calor en una zona específica del cuerpo, que oía sonidos casi inaudibles para un oído común, etc. Ser testigo de su sensibilidad tan diferente a la mía es fascinante, pero también es frustrante no poderlo ayudar a relajarse cuando los estímulos son demasiados. Sentí las semanas anteriores a la pasada que habíamos entrado en una nueva fase del proceso y que lejos de pensar en una "curación" debíamos tener una visión más de aceptación combinada con un trabajo incansable de buscar herramientas que le ayuden a él a estar más tranquilo en medio de un ambiente que lo desafía todo el tiempo y que le entrega habilidades nuevas en todos los ámbitos, y a nosotros a apoderarnos más de las herramientas para seguir ayudándole y de esta manera ayudarnos a nosotros mismos. Porque en la medida en que los veamos a ellos plenos, nuestra meta en gran medida está cumplida.
La semana pasada fue Semana Santa.
Estuvimos tranquilos, sin mucho horario, muy descansados. Los últimos 4 días
los pasamos en la finca y fueron 4 días de magia total. El primero Bhai
estuvo a punto de que le diera uno de sus episodios de frustración. Me pidió
que lo dejara solo y que yo me fuera a estar con Noe, Olgalu y papá. Que el se
quería quedar solo. Le dije que cuando quisiera lo esperaba en el establo para
consentir a los caballos. Después de 40 minutos llegó muy dispuesto a
consentirlos, hablarles y finalmente a montarse y a dar "un lindo paseo".
Estuvo montado en Arqueta la yegua desde las 4 hasta las 6 de la tarde. Estaba
feliz. Y yo también. Salimos a darle un paseo nosotros caminando y el en el
caballo. Dimos una vuelta de 2 km y no se quería bajar. Esa noche se fue a
dormir como hacía mucho yo no lo veía dormir. Muy tranquilo y muy ilusionado
con hacer lo mismo al día siguiente. Así que a la mañana siguiente se levantó,
se cambió, se puso su gorra, se echó bloqueador y salió a buscar a los
caballos. Tuvimos otro día de cabalgata larga. Y al día siguiente repetimos el
plan, cada vez variando el lugar a donde íbamos o lo que hacíamos durante el
plan. Ese día paramos en la escuela veredal a hacer un picnic. Cuando
terminamos el picnic nos metimos a la finca de nuevo y la recorrimos en los
caballos. Subimos hasta la parte más alta del terreno pasando por el bosque.
Les parecía increíble estar explorando solos su finca a caballo. Y a mi
también.
Al día siguiente volvimos a hacer el plan
de cabalgata. Todos los días nos levantamos sin afán, hicimos el desayuno,
preparamos un picnic para la cabalgata y nos íbamos al establo a consentir a
las yeguas un buen rato antes de montarlas. Les limpiamos los cascos, las
peinamos, les desenredamos la cola y la crin, las masajeamos, les hablamos y
después de por lo menos una hora, las ensillábamos. El último día las llevamos
hasta la cima de la montaña más alta más cercana. Donde se hace la procesión al
San Isidro, el patrono de la vereda. Subimos hasta el páramo, los niños en su
caballo cada uno y nosotros a pie. Arriba en la cima venteaba mucho y la vista
se perdía en las montañas más lejanas dibujadas como de verde pastel. Y
encontramos un pequeño bosque en medio de los frailejones. Nos sentamos en las
rocas y comimos mandarina y maní y tomamos un poco de agua con sabor a lavanda.
Luego bajamos sin afán y felices. Conversamos mucho en el camino, nos reímos,
gozamos la vista y llegamos a darles panela y zanahoria a las yeguas y a
preparar nuestro almuerzo. Ese fue el último día de cabalgata. Verles a los
niños la sonrisa en la cara y la benevolencia que les da el campo hace que los
ojos se me nublen con lágrimas. Fueron unas vacaciones cortas y muy sencillas y
que recordaré toda la vida por la dulzura y la paz que trajeron al hogar. Nos
dieron el regalo de la sencillez y de estar presentes. Y fuimos todos muy
felices.